Abstract:
Los philosophes franceses del siglo XVIII mantuvieron un intenso debate acerca
de Rusia que, en general, en la historiografía de la Ilustración, ha pasado inadvertido.
Frente a ellos, la realidad de ese país, por su particular situación histórica, invitaba
areflexiones y evocaba imágenes cargadas de sentido. En efecto, el pasado reciente
de Rusia mostraba los intentos denodados de un zar -Pedro el Grande- por civilizar
un pueblo hasta entonces bárbaro, por reformar su país a la manera europea, aun
utilizando métodos despóticos. El presente, por su parte, encontraba en Catalina II
una vigorosa continuadora de la obra de su predecesor e, incluso, una autócrata
preocupada por buscar el sabio consejo de los filósofos. Las notables victorias
militares que el Imperio Ruso obtuvo durante este período lo ubicaron como una
potencia europea de primer orden y generaron en el público europeo la sensación de
que una especie de milagro de civilización se había producido: los rusos, hasta
hacía muy pocos años un pueblo prácticamente desconocido y ciertamente atrasado,
se sentaba hoy a la mesa de igual a igual con los otros pueblos de la vieja Europa.