Abstract:
En tanto frontera entre áreas culturales, zona de transición o ámbito de obtención de recursos exóticos y ejecución de actividades especiales, la historia arqueológica de la sierra de El Alto-Ancasti (provincia de Catamarca, Argentina) ha sido comprendida por muchos años en términos de un espacio liminal entre “mundos” distintos, en ocasiones bajo la oposición entre lo andino y lo chaco-santiagueño, otras veces según la dicotomía entre las tierras altas y bajas. Más allá de las diversas formas que ha adoptado esta interpretación, en la mayoría de los casos produjo una visión algo alejada de los procesos históricos particulares acaecidos en la zona y propició una aproximación distante con eje en los centros nucleares ubicados, fundamentalmente, en los valles del centro-oeste catamarqueño. Esta situación puede ser ilustrada con cierta claridad al retomar una de las primeras noticias académicas sobre la arqueología de la zona, cuando Ardissone (1945) destacó la importancia del hallazgo de andenes próximos a la localidad de Ancasti como indicadores de la extensión de la cultura andina. A pesar del carácter precursor de estas observaciones, pasaron varias décadas hasta que las investigaciones arqueológicas comenzaron a comprender las particularidades de estos conjuntos de terrazas agrícolas y, sobre todo, las formas de vida campesina que construyeron, transformaron y fueron producidas por estos paisajes (Quesada et al. 2012; Zuccarelli 2013, 2014; etc.).