Abstract:
Los trabajos de David Viñas pueden ser leídos desde varias perspectivas, algunas de las cuales son abordadas por los ensayos de este número de El Matadero en su homenaje: la formación en la obra (más precisamente, en la literatura) de Jean-Paul Sartre y la recepción del existencialismo francés en el campo intelectual de Buenos Aires, y en este aspecto, la concepción de la propia tarea intelectual desde la noción de engagement, que en Viñas se formuló como una refutación del ensayo hermenéutico “esencialista” a lo Eduardo Mallea y Héctor A. Murena, y como una crítica de las formas hegemónicas literarias, culturales y periodísticas (cuyas publicaciones modelo eran la revista Sur y el diario La Nación) de la clase dominante. En la misma línea, su relación con los intelectuales coetáneos, en particular con el grupo de la revista Contorno (nombre que puede leerse como una traducción, una adaptación, del concepto sartreano de situation) y otros, más jóvenes, que incidieron en distintos campos de la cultura argentina incluso hasta hoy: Carlos Correas, Juan José Sebreli, Oscar Masotta. Su obra también puede leerse desde la discusión estética e ideológica que entabló con los grandes ensayistas argentinos, en una serie en la que es preciso situarlo: Domingo F. Sarmiento y Ezequiel Martínez Estrada, con quienes no solo comparte cierta situación de enunciación que es a la vez la del exiliado, la del nacionalista formado en la cultura europea y la del ideólogo no sistemático, la del escritor (cf., Beatriz Sarlo, “Un triángulo. Viñas, Martínez Estrada, Sarmieno”). Asimismo, Viñas puede ser leído desde la perspectiva del formador reconocido por los intelectuales más relevantes de los últimos veinte años del siglo pasado, que encontraron en él a un maestro, o hicieron de él –con él incluso–, un modelo de intelectual, un modo de intervención en el campo político, pero también un modelo de escritura, una moral: por un lado, Josefina Ludmer, Beatriz Sarlo, Ricardo Piglia, la revista Los libros y la revista Punto de vista; por otro, algunos intelectuales de la Facultad de Ciencias Sociales, agrupados en torno a la revista El Ojo Mocho, que entablaron discusiones con otros grupos del campo intelectual de la misma tradición crítica cultural. En todos los casos, Viñas fue modelo de formación no menos que objeto de discusión (cf., Diego Peller: “Viñas y la crítica. Relecturas y ajustes de cuentas”).Los ensayos de Viñas, revisados aquí, se vuelven modelo de un pensamiento que historiza y politiza lo literario, parte de esa recusación de la tradición ensayística hermenéutica, y de una escritura que conoce bien que el lenguaje es instrumento de poder y de violencia y que, en tanto tal, es preciso horadarlo, trastrocarlo, alterarlo, manipularlo (los collages de los textos de la clase dominante, la discontinuidades discursivas a que los somete, cf. María Mudrovcic, “Notas al margen de Indios, ejército y frontera), porque siempre se cristaliza, porque siempre, en algún punto, el lenguaje traiciona. Por eso mismo, el ensayo de Viñas nunca buscó la “cientificidad” de cierta escritura académica actual, nunca se rigió por las obligaciones institucionales; por el contrario, se compuso de “vetas de ficcionalidad”, en sus textos más importantes desde el modelo de literatura de Balzac, para hacer del lenguaje escrito –fijo, sometido a los regímenes– una voz –espontánea, iterativa, errante– (cf., Magdalena Cámpora, “El modelo Rastignac”).Emilio Bernini