Fil: Díaz, Pablo de la Cruz. Univesidad de Salamanca; España.
“Cada generación busca en las tradiciones de lo pasado los antecedentes que requieren las necesidades de su tiempo”. Con estas palabras comenzaba Eduardo Pérez Pujol la introducción de su monumental Historia de las instituciones sociales de la España goda, publicada de forma póstuma en Valencia en 1896. Cuando el autor había iniciado, casi tres décadas atrás, sus investigaciones sobre el dominio visigodo' en la Península Ibérica, era consciente de que debía resolver dos problemas de naturaleza distinta, aunque profundamente
emparentados. El primero era un problema historiográfico: liberar de tópicos y leyendas sin fundamento la narración histórica aceptada hasta el momento sin prácticamente crítica alguna. El segundo era de tipo ideológico, debía dar respuesta a un interrogante que había preocupado
a los escritores de historia en el ámbito de los reinos cristianos peninsulares desde la Edad Media: “si aquel conjunto, aquella unidad geográfico-política formada por la conquista, era simplemente un imperio, un Estado, o si afectaba ya a los caracteres de una nacionalidad por la mutua compenetración de sus elementos, y en caso de que esa compenetración iniciada, pero no concluida, no hubiera llegado a engendrar un verdadero espíritu nacional, si contenía al menos los gérmenes de las nacionalidades regionales de la Edad Media?”.